Subir montañas. Aprender, avanzar y mejorar… siempre mejorar. Luchar y perseverar… siempre perseverar. Imaginar y soñar… siempre soñar. Compartir, sentir y reír… siempre reír. Fracasar y triunfar… como aprendizaje. Intuir y prever…puede no ser cierto lo que ves. Entender el entorno… que no conoce piedad. Escuchar las señales… que son legión. Navegar… con calma justa. Decidir… es tu libertad. Asumir el sufrimiento… que alguna vez llegará. Proteger… el compañero es tu mitad. Corazón caliente y sangre fría. Humildad debida.
Aún así… nada es seguro. Nadie te obligó… y a nadie exigirás.
Luego… bajar de allí… con las mismas reglas.
Vivir.


domingo, 2 de marzo de 2014

La esfera... el regreso

Y era el demonio de mi sueño, el Ángel
más hermoso. Brillaban
como aceros los ojos victoriosos,
y las sangrientas llamas
de su antorcha alumbraron
la honda cripta del alma.
-¿Vendrás conmigo?- No, jamás; las tumbas
y los muertos me espantan.
Pero la férrea mano
mi diestra atenazaba.
-Vendrás conmigo... Y avancé en mi sueño,
cegado por la roja luminaria.
Y en la cripta sentí sonar cadenas,
y rebullir de fieras enjauladas.
(Antonio Machado)

Los Galayos se recortan en siluetas, miles de veces vistas, contra un horizonte repleto de estrellas brillantes y frías. Una medianoche a la que aún faltan muchas horas para recibir el amanecer; las agujas, canales, pedreras, balcones escondidos y cumbres castigadas por el tiempo permanecen ajenas a mis miserias y esfuerzos de los que me llevan.
Para la montaña todo sigue igual... nada cambió.

Desde hace unas horas todo cambió para mí. De jornada gratificante a lucha sin cuartel, una batalla que comenzó con un error y a punto estuvo de terminar sin opciones de vivir - pero... mira tu por donde... aquí seguimos dando guerra -.

"Carlos, no sabe uno donde la tiene" - eso decía mi padre. Cuanta razón tienen los años vividos, sobretodo la de aquellos que "pasaron la Guerra Civil española"... y recibieron balas, metrallas y heridas que les acompañarían el resto de su vida.


Los tíos que han llegado hasta mí saben lo que hacen... Y yo me dejo hacer. Evalúan la situación y mi estado; montan una camilla y me atan fuertemente - apenas puedo mover cabeza y manos, me siento como una momia milenaria -.

Luego... comienzan un descenso, descolgándome unos y otro a mi lado dirigiendo la trayectoria, entre resaltes verticales de hielos y rocas.

Durante las horas anteriores - las de mi lucha personal - no rodaron lágrimas, a pesar de los dolores, sin embargo ahora, cada vez que la "cápsula" que me contiene golpea levemente contra algo... no puedo - seguramente tampoco quiero - evitar que salte ése agua salada que recibe la comisura de los labios; también noto que pierdo el sentido unos segundos... Debe ser un mecanismo de "protección" que me alivia de sufrimientos.

Los Galayos - mis queridos Galayos - que recorrí por primera vez hace más de 30 años, son los que ahora me demuestran la fragilidad del ser; no es nuevo para un alpinista que ha conocido otras cordilleras de la Tierra, ha gozado y sufrido en ellas... aunque siempre pensé que si en algún momento me alcanzara la hora de la verdad, eso sería en otro espacio más lejano a "casa". ¡Joder!... Estoy a cuarenta kilómetros de mi cama.

Las maniobras del descenso me resultan eternas y pasadas unas horas "intuyo" más voces y gentes que se unen al trabajo; me martiriza la sed, pero apenas puedo alzar la voz para que me ofrezcan algún líquido que recorra la garganta y refresque una boca pastosa.


No estoy seguro, pero algo me dice que ya estamos en otro día... Una madrugada que recibirá el amanecer - aún lejano -... Un nuevo día ganado a los guerreros que habitan el fuego.

Durante una parada de mis "salvadores", logro pedir agua; me acercan a la boca un bote - ¿cocacola? - bueno, líquido al fin y al cabo... y lo vierten hasta que me atraganto ¡joder! a poco me ahogo, porque no puedo hablar ni moverme para impedir el exceso de líquido gaseoso, pero me gusta ¡tremendo!.

Me recorre una angustia infinita cuando, en un descuelgue especialmente largo, toca la camilla, a los pies, con alguna pequeña repisa, y empiezo a "encarar" el vacío ¡joder!... Cuando resbale de ése apoyo "presiento" un tirón que no podré aguantar; aprieto los dientes y me abandono.
Oigo voces que avisan del asunto, menos mal que éstos están al tanto, y puedo respirar con alegría.

Tiempo después cambia la pendiente. Ahora me llevan por terreno "andante"; lo noto porque llega la horizontal y distingo multitud de "bolos" - grandes cantos rodados - que esquivamos. Seguro que ya andamos - bueno... unos andan y a otro lo portan - por el río Pelayos.


Galayos sigue esperando un amanecer sin prisas... Eso pertenece a otros seres que soñaron con "dominar" espacios; pero un espacio no se domina... se habita, y luego ya veremos si nos acepta.


A las seis de la mañana del día 5 de marzo del 2005, doce tíos y un "despojo", alcanzan la Plataforma de Galayos -.
Una ambulancia y media docena de familiares esperan, hace horas, el desenlace -... Oigo una voz que dice: "bueno... aquí lo tienes" -... Y la sonrisa de Esther cuando me apartan el nailon de la cara.

Me siento aliviado cuando sueltan las cintas que me oprimen... uffff, ya puedo quitarme unos guantes "gordos" que me colocaron, y me suben a la ambulancia mientras oigo risas y palmoteos : ¡un rescate de libro!... me parece escuchar mientras alguien intenta encontrarme una vena para el suero - cosa difícil ante un volumen de sangre escondida en lo más recóndito del cuerpo -.

... informe de la Guardia Civil... 

- Nooo... no cortes por ahí; las botas salen con el cubrebotas, todo a la vez. Nooo ¡joder!, yo me quito el arnés. Nooo ¡espera! ¿vas a cortar la chaqueta?. Nooo, te has cargao el forro elástico.
- A ver, tranquilo, no conviene moverte, así que cortamos y listo ¿entiendes?.
- Bueno, pero ya vengo bien movido.
- Seguramente, pero ahora es cosa nuestra.
- Claro. Disculpa.
- Nada. Por cierto, bonitos pantalones que acabo de meter tijera.

A mitad de camino hacia Talavera de la Reina, la ambulancia tiene que parar. De nuevo se cierran las venas y la muchacha encargada del suero lucha por meterme agujas que parecen doblar el diámetro de lo que fueron poderosos conductos de sangre.

El hospital me recibe del mismo modo que Galayos me despidió: indiferente ante mis miserias - o ¿es que acaso solo existe nuestro dolor?. Otras gentes también luchan el mismo día y a la misma hora - algunos en el mismo pasillo - y la gran mayoría no decidieron adentrarse en un espacio ajeno.

Me "camillean" de aquí para allá... Me introducen en máquinas que solo vi en revistas... Me meten suero en bolsas de a litro... Me colocan oxígeno - por cierto... quizá pueda ser adictivo -... Me pinchan en los pies y alguien mete mano al "paquete" ¡joder!... soy vuestro.
Luego, una doctora se sienta a mi lado y me coloca un parche en la pierna:

- Bueno, Carlos. Voy a coserte la cabeza.
- ¿Es mucho?.
- He visto cosas peores, no te preocupes.
- ¿Quedará bien?.
- Tranquilo, me voy a esmerar.
- Gracias.

Cincuenta y ocho puntos más tarde - notando tirones del cuero cabelludo a la cara - la doctora sonríe y dice que quedaré guapo... bien... al fin y al cabo uno tiene la cosa ésa de estar presentable.

Luego, llega el doctor y presenta el informe...


- Entonces ¿que?...
- He visto cosas peores.
- ¡Joder! aquí todos conocéis el infierno.
- Ya te digo.

No estoy seguro de lo que conviene; me hablan de pros y contras en operaciones, a ver que pasa; no sé... veo a los médicos algo indecisos y temerosos de moverme; quizá venga bien una segunda valoración, por si acaso.

El mejor sitio para esto de las lesiones medulares es el Hospital de Parapléjicos de Toledo, pero a mi no me corresponde por la Comunidad Autónoma en que resido - me quieren mandar a Valladolid -... Así pues Esther entabla una lucha sin cuartel para que me monten en una ambulancia medicalizada - no sin antes colocarme un arnés que me impide movimiento -.

Llevo casi dos semanas de hospital... y ahora llegarán otras dos más, en un lugar donde nadie mueve las piernas, algunos tampoco los brazos... y otros ni la cabeza.
Me colocan en una habitación con dos accidentados de moto, muchachos muy jóvenes, tremendo... evidentemente la suerte está de mi lado.

Además de familia y amigos, me visitan psicólogos, enfermeras, celadores, personal de limpieza, estudiantes en prácticas, médicos especializados, pacientes en silla de ruedas, monjas simpáticas y un sacerdote que - visto lo visto - no se empeña en confesarme. Todos gente magnífica.

Un día llega, de nuevo, la hora de llorar.

- Carlos, hemos decidido inmovilizarte un tiempo.
- ¿Cuanto tiempo?.
- ¡Na! quizá tres o cuatro meses.
- ¿Tengo elección?.
- Ninguna.
- Pues venga... soy vuestro.

Un celador que - por alto y ancho - no entra por la puerta, me sonríe mientras coloca dos camas algo separadas. Llama a dos enfermeros y entre los tres me posicionan como si yo fuese el puente.
Entra el medico con un barreño de agua caliente y paquetes de algo parecido a vendas plásticas... las sumerge hasta que se ablandan.

- Bueno, Carlos, lo mismo te duele algo.
- ¡Na! no hay problema -. El doctor sonríe y yo le imito mientras se me acelera el pulso.

Se presenta un espectáculo que me hubiera gustado ver por un agujero de la pared, en vez de ser el protagonista de una película inquietante.

El celador gigante se coloca a horcajadas sobre mi espalda - sin apoyarse... claro está - y me sujeta por la cintura y nuca, con dos manos que parecen tenazas; me busca las "lineas" - vertical y horizontal - para "enderezarme" ¡joder!.
Se me nubla la vista cuando los otros dos enfermeros me cogen, uno por los pies y otro de los brazos... y estiran sin piedad.

Ruedan lágrimas que caen directamente a un suelo blanco y bien pulido... impoluto. El dolor es tan intenso que no me sale un solo grito, solo recuerdo abrir la boca y llorar como un niño al que quitaran la piruleta.

El médico aprovecha para empezar a enrollarme vendas ardientes, desde el pecho hasta el pubis...

- Mantén aire y estómago, que cuando esto solidifique... de aquí no sales.
- ¡Joder! me estoy abrasando y me aprieta; se me va la vista.
- Ya... un par de vueltas más y listo.

Por fin termina la sesión de "sado-maso" y me abandonan en una camilla con la única "vestimenta" de momia petrificada... Entran y salen enfermeras que me sonríen; no sé, aquí estoy, boca arriba y mostrando a todo el que llega los pocos atributos que me restan... Y a nadie se le ocurre echarme una sabanita.
Lo cierto es que poco me importa y pido a gritos un calmante - lo más potente posible -. Gracias a Dios que una enfermera - de pelo rojizo y ojos rasgados verde intenso - me vierte en la boca un diminuto frasco que me devuelve la calma al instante.

- Gracias, guapa.
- Dentro de un rato regreso a ver como vas.

Unos días antes de salir del hospital, convenzo a dos celadores para que me ayuden a levantarme... Me consiguen un "caminador" y aprovecho una madrugada - ¡que manía con las madrugadas! - para intentar recorrer un  pasillo largo y repleto de rampas.
No consigo avanzar más de diez metros y me tienen que ayudar a regresar... Me agobio al pensar que esto será largo.

Por fin, un día, la enfermera de pelo rojizo y ojos rasgados verde intenso, me quita los puntos de la cabeza... Y me dice que seguramente me manden a casa.

Ahora "solo" me quedan tres meses de cama mirando al techo - por cierto, como diría Serrat, no le vendría nada mal una mano de pintura -.
Luego dos meses más de piscina diaria... Y algunas caminatas sin cuestas.

Mi agradecimiento a los Guardias Civiles del EREIM (Arenas de San Pedro), Manuel González, Pedro Carvajal y Alberto Manuel Montero... a los del GREIM (Barco de Ávila), Fernando Rivero y Luis Cáceres... Y los amigos, Ángel Rituerto, Julio Blázquez, Pedro Rodriguez, Fernando Pinar, Juan Prieto, Javier Perandones y José María Mancebo.
Gracias a todos ellos sigo vivo.

Por supuesto, familia y amigos que siempre estuvieron cerca; principalmente a Esther... día y noche al tanto... que tiene lo suyo.

... carta a revista Desnivel...

Siete meses después, allá por el mes de septiembre, subí acompañado al Circo de Gredos. También, días después, al refugio Victory de Galayos... con el plan secreto de regresar, solo, hasta el mismo lugar donde se libró una batalla de sangre y fuego.
Necesitaba recoger la energía que allí se desató; pero eso ya lo contaré en otro momento.